En el corazón de las adversidades impuestas por la pandemia y los desafíos socioeconómicos, emerge una iniciativa enérgica y transformadora en las comunidades rurales de Santander, Colombia. La experiencia se gesta específicamente en la vereda La Cuchilla, dentro de la reserva campesina y comunitaria «Camino a La Tagua» en Lebrija, donde se implementa un biodigestor conectado a una iniciativa productiva de procesamiento de alimentos.
El biodigestor, un tubo plástico de 25 metros cúbicos, construido en una minga-taller con la participación activa de 18 personas, trata las aguas residuales de una cría de cerdos, residuos agrícolas y desechos del sanitario de la vivienda. Su producción de biogás y biol se utiliza en diversas actividades, desde el tostado de cacao hasta el calentamiento de leche, mientras que el biol fertiliza cultivos agroforestales.


















A continuación escuchemos a Rosa Isabel Rincón Ruíz, actualmente vicepresidenta de la Asociación Municipal de Mujeres Campesinas de Lebrija, Ammucale, en donde nos habla sobre el uso del gas del biodigestor, cómo este está vinculado a la tareas diarias desde cocinar hasta tostar cacao y café:A continuación escuchemos a Rosa Isabel Rincón Ruíz, actualmente vicepresidenta de la Asociación Municipal de Mujeres Campesinas de Lebrija, Ammucale, en donde nos habla sobre el uso del gas del biodigestor, cómo este está vinculado a la tareas diarias desde cocinar hasta tostar cacao y café:
Previo a la implementación del biodigestor, la comunidad enfrentaba problemas ambientales al verter aguas estercoladas sin tratar, generando tensiones con vecinos y autoridades. La presión para cerrar la actividad de la cría de cerdos resaltaba desigualdades entre pequeños productores y grandes empresas. La respuesta fue la creación de una alternativa tecnológica, integrando autonomía energética, el tratamiento y aprovechamiento de residuos.
Aunque inicialmente se enfrentaron desafíos técnicos y varios intentos fallidos, la comunidad aprendió de estos obstáculos, fortaleciendo la autonomía en la operación y reparación de la tecnología, en la Escuela de Técnicos y Técnicas Comunitarias en Energías Alternativas, un espacio donde diversas organizaciones comunitarias de base pueden intercambiar experiencias y llevar a cabo procesos de formación destinados a mejorar la promoción y la sostenibilidad de tecnologías en comunidades que defienden sus territorios y contribuyen a mejorar los procesos productivos y la calidad de vida. En este entorno, se han desarrollado conocimientos e intercambios en torno a procesos como la deshidratación solar, las estufas eficientes, la energía fotovoltaica y los biodigestores, así como otras formas de relacionarse con la energía, las tecnologías y lo comunitario.
La Asociación Municipal de Mujeres Campesinas de Lebrija, Ammucale, que lleva más de 24 años liderando procesos de mejora en la calidad de vida de las mujeres rurales y fortaleciendo los procesos productivos agroecológicos sustentables, se vinculó a la iniciativa de energía comunitaria a través del biogás y la abanderó. Esta iniciativa ha catalizado la participación de mujeres y jóvenes en la producción, procesamiento y comercialización de alimentos, brindándoles autonomía y dinamizando los mercados locales. Sobre la participación e involucramiento de este centenar de mujeres conversamos con Rosa Isabel Rincón Ruiz, actualmente vicepresidenta de Ammucale.
La implementación de biodigestores desencadenó múltiples formas de fortalecimiento de la comunidad. Las familias cuentan con acceso a energía, eliminando gastos en cilindros de gas, rompiendo la dependencia a los combustibles fósiles y generando ahorros significativos. Además, la participación activa de niños, jóvenes, mujeres y hombres en los procesos comunitarios fortalece la cohesión y el sentido de pertenencia. También, se logró una conexión y sinergia entre las energías alternativas y la producción agroecológica, produciendo alimentos sanos, generando economías propias y vinculando a la comunidad a mercados campesinos y solidarios.
Pensando en el relevo generacional, ya que van casi tres generaciones, también organizaron semilleros. Laura Karina Basto Rincón, coordinadora logística de los Semilleros de Cuidado para la Vida, dice sobre ellos:
La instalación de biodigestores se presenta más que una opción tecnológica, como un ejercicio pedagógico que involucra a las y los jóvenes en la innovación comunitaria, la autonomía y diferentes oportunidades para las familias. El éxito de los biodigestores, según la experiencia, no solo depende de su instalación adecuada, sino también del cambio cultural necesario para su gestión diaria y mantenimiento.
Esta propuesta no se limita a la implementación de tecnologías aisladas, sino que se centra en la formación de capacidades en las comunidades. Integra energías comunitarias con prácticas agroecológicas, gestión comunitaria del agua, procesamiento de alimentos y el rescate de la agrobiodiversidad. La clave está en el diálogo de saberes y la transferencia de experiencias, para la construcción colaborativa de un camino hacia la autonomía energética. En medio de los desafíos, estas comunidades rurales están demostrando que sus propuestas y alternativas pueden florecer, no sólo como respuestas a la crisis, sino como un sendero que marca el camino hacia una vida digna y un futuro más justo.
Los resultados son evidentes para la comunidad: mejor acceso a la educación, eliminación del riesgo de incendios, mujeres con más tiempo para estudiar y socializar, mejores condiciones para cuidar a los enfermos y una disminución de costos en comparación con el gasto en estufas y baterías. La electricidad transformó la vida en la Zona Reina, facilitando tareas diarias, impulsando iniciativas locales y construyendo autonomía para las mujeres y toda la comunidad en general.